La diputada y sus bárbaros.

Ayer escuché, en la emisora de radio Z101, a una “diputada” del Partido Revolucionario Moderno, quien llamó para reprender a Faride Raful al amparo de la siguiente pregunta: “Pero, ¿y es que los perremeistas nos estamos volviendo locos?” A  la “diputada” en cuestión le resulta una locura  que, según continuó diciendo, a los funcionarios se les olvide que con esa gente que oye música y expende alcohol en horas en que está prohibido fue que ganaron las elecciones. Argumentó contra la legalidad de la medida, y agregó: “el que no quiera oír escándalos que se mude para una loma”. Obvio, nuestra protagonista solo es -permítanme tomar prestado el término a Julio Cortázar- una de los tantos que componen nuestro “bestiario” político, dignos  sustitutos de don Melesio Morrobel, personaje creado con mucho acierto  por Freddy Beras Goico para representar a tantos náufragos sociales que, merced al bendito clientelismo, alcanzan a ocupar un lugar en la que, en un artículo de mi autoría, llegue a comparar con una casa habitada por los personajes de “La Ópera de los Cuatro Cuartos”, Peachum y Macheath.

La “diputada” ignora el derecho fundamental a la paz y el sosiego, pues no son solo fundamentales los derechos consignados en la Constitución, no están ahí de manera limitativa, sino enunciativa. Cualquier derecho no consignado en aquella, pero de idéntica naturaleza, o sea que pueda obrar a favor de la dignidad de la persona humana, en cuanto tal, también es fundamental. También ignora  la existencia del poder reglamentario delegado, facultad otorgada por el legislador a ciertas agencias estatales para reglamentar su desempeño en ciertas áreas. Y, es más, el legislador, en ocasiones, confiere incluso hasta potestad sancionadora a ciertos órganos ajenos a la jurisdicción, por ejemplo, el caso de la Dirección General de Impuestos Internos, a la que le está permitido imponer multas.

Pero, más allá de comportar torpeza jurídica, la “legisladora” ignora que no solo se construye ciudadanía crítica mediante políticas públicas orientadas a tales fines. La decepción de los votantes con relación al desempeño de sus autoridades los frustra y arroja al ámbito de las reflexiones acerca de la conveniencia que representa para ellos elegir entre uno y otro candidato, es decir, mejora, por reacción, el sentido selectivo del elector. Cuestión, esta última, que espero obre en su perjuicio, en la inteligencia de que ella, al hacer tales afirmaciones, lo que trató fue, haciéndose la graciosa, de buscar, como buena populista, identidad de los electores de su demarcación electoral con ella, para así cobrar a través del beneficio de su reelección. ¡Farsante! Y doblemente torpe, pues, además de torpe jurídica, lo es también política: piensa que nadie advertirá su doble juego de, como decía Balaguer, al igual que los <<judíos>> que, “de día se pelean, y por las noches, se acuestan en el mismo palo”, ella quiere fingir la valentía de enmendar la plana a su correligionaria para, en mayo de 2028, andar todos juntos en campaña, ‘porque hay almas que salvar’.

Usted, señora “diputada”, no me representa, ni a mí  ni a muchos más que queremos una política  libre de bárbaros. Queremos a Faride y sus ejecutorias a favor de la tranquilidad y en contra de esos bárbaros (iguales suyos) con los que no queremos cohabitar. Ojalá y sus colegas aprueben una ley de confinamiento en la isla Saona en contra de todos ustedes, que nos economice su ingrata presencia. Siga luciendo, a expensas de nuestros impuestos, los vestiditos y las carteritas que nunca soñó -<<el hábito no hace al monge>>-, pues, por mucho que le colmen su tosca vanidad, tarde o temprano ésta será abatida. Y, entonces, quizás tenga el valor de repetir los versos de Milton: […] “Espíritu, ilumina en mí lo que hay de oscuro, levanta y sostén lo que hay de vil”.