Cuento de Emerson Soriano
14 de Mayo 2025
Imagen creada por IA.
En la penumbra de una pomposa habitación, se oía el murmullo de los presentes en franco chismorreo: <<¡ ay, está muy desmejorado!>>, afirmó doña Sunilda, su comadre -esposa de Julián, compadre del moribundo-, con quien Papito había tenido una tórrida relación a espaldas de su querido compadre que casi dio al traste con el matrimonio suyo con doña Jimena. <<Creo que no aguanta a mañana>>, le susurró a Sunilda la pendenciera más próxima, doña Rafaela, la propietaria del colmado, a quien Papito, cuando era pobre, le había tomado unos pesos prestados y nunca le pagó, si bien ahora ella le había perdonado esa deuda con la pretensión de acumular <<bonos de perdón>> a la hora en que le tocara dar su último paseo con la Parca.
De repente oyó quedamente una voz que dijo <<venga padre>>. Entró a la habitación una persona a quien Papito solo le veía unos grandes lentes, pues el resto de su cuerpo parecía difuminársele en la espesa bruma de su limitada visión. El padre se acercó al lecho del moribundo y con una mano tibia le tomó la suya para, a seguidas, preguntarle, torpemente, cómo se sentía. Y como su estado no le dejaría mentir, Papito solamente asintió con la cabeza. ¿Deseas confesarte? Le preguntó el padre. Estas palabras produjeron en Papito una tormenta y un tormento: era <<católico>>, conocía los sacramentos y el valor que la Iglesia les asignaba, si bien su acervo confesional nunca alcanzó a situarlo en un rango de fe suficiente como para entender que, de golpe y prorrazo, todos, todos sus actos, a los que la comunidad cristiana llamaba <<pecados>>, podían ser desparecidos, sin más ni más, al ritmo de tres palabras -<<yo te absuelvo>>- del libro en que supuestamente habían sido anotados.
Pero peor aún, en la lista de los <<pecados>> de Papito figuraban más los <<mortales>> que los <<veniales>>. Y más. Amén de que no podría recordar tan larga lista, como ya se ha dicho, él siempre estuvo situado en la frontera que separa la duda de la fe, en lo que hace a los que llamaba <<constructos psicológicos solo creados y útiles para la dominación>>. Y uno de esos constructos, para él, lo era el pecado. Con todo, hizo una rápida introspección: <<Bueno, un muerto es un muerto y, el dilema de si esto podrá ayudarme o no, si no lo resolví antes, cuando tuve mucho tiempo, menos lo podré resolver ahora que estoy tan encaminado>>. Así que decidió aceptar y, a seguidas, tropezó con un segundo dilema y volvió a cuestionarse: << Pero, ¿y cómo puedo yo decir todo, cuántos problemas, cuántos dolores, cuántos odios desataría en los que queden en conocimiento póstumo de todo lo que he hecho? Experimentando lo que Javier Marías llamaba <<horror narrativo>>, se llenó de pavor y optó por aceptar, pero consciente de que se guardaría algunas cosas.
Así empezó la última confesión de Papito. Le contó al padre sobre la vez que le escondió a Creconio, su compañerito de primaria, los dulces que éste llevó para merendar en el recreo; los diez centavos que <<tomó>> del monedero de su madre, predestinados para la compra de pan, y otras minucias y travesuras. Pero decidió callar sus andanzas con doña Sunilda, su traición a Julián; los dineros que robó cuando le tocó desempeñar aquél puesto público que <<cambió su vida>>, y no solo para bien, sino también para mal. Pues, si bien esto le permitió acceder al Country Club, también lo volvió insomne, ya que en el silencio de las noches, en esa acompañada soledad, le torturaba recordar que aquel dinero estaba presupuestado para un centro de atención oncológica, y los muertos de su <<indelicadeza>> le impedían conciliar sueño. Estos pecados, los dejó Papito para hacer dialéctica con Dios en el momento -si alguno- en que se enfrentara a éste para rendir cuentas.
Papito recibió la <<Unción de los enfermos>>, que pronto devino en <<Extrema Unción>>. Han pasado treinta años de todo lo hasta aquí narrado y, hasta ahora, nadie ha querido auditar, digamos, mediante un acto de <<comprobación con traslado de notario >>, el resultado de aquella dialéctica pretendida por él, en el marco de la cual se supone le celebraría a Dios haber permitido a los humanos la ocurrencia conceptual del <<pecado>>, por los males que ello había evitado, a cambio de que éste no le impusiera un destino decididamente mefistofélico. Lo que ha hecho pensar a muchos que aquellos <<pecados>> se disiparon entre agua y barro en las desaparecidas fronteras del sepulcro.
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